AVENTURAS Y
ANÉCDOTAS MISIONERAS
Siempre
he escuchado historias vocacionales de varias personas. Empiezan de diferentes
formas. Y siempre me ha llamado la atención cómo describen su vocación. Algunos
dicen que su vocación es una provocación! Otros que es una aventura y otros que
es un enamoramiento del Señor, etc.
La mía,
la tildo de provocación, y a la vez, de una aventura de amor con el Señor. El
Señor me sorprendió en mi plena juventud, mientras pensaba y tenía proyectado
estudiar medicina. Pues lo es, porque me propuso otro proyecto, el de seguirle
de cerca y de anunciar su Reino de amor a la humanidad entera. Así pasó también
con varios personajes de la Biblia: María tenía planeado casarse con José, pero
Dios le prepuso otro plan. Algunos discípulos eran pescadores, en adelante
serían pescadores de hombres, etc. Como estos modelos, yo también acepté y me
lancé a la aventura que me propuso el Señor. No me quedé triste como el joven
rico. He aquí pues algunas experiencias de esta aventura que les comparto.
Se suele
pensar que la vida religiosa y misionera es cómoda. ¡Mentira! Jesús dijo que el
que quisiera seguirle que renunciara a sí mismo y cargase con su cruz. Más aún,
el hacer causa común como comboniano es exigente y hace madurar. En este
sentido, recuerdo que en mi primera experiencia misionera al concluir el primer
año de postulantado, me enviaron a una comunidad cristiana por un mes. Yo,
entusiasta, me fui. Iba a la chacra con la gente, hacía limpieza ( tipo faena)
del pueblo junto a la gente, disfruté muchísimo del silencio del campo, del sol
de esas tierras, la calidez y el afecto con la acogida de la gente, jugaba con
los niños, me levantaba muy temprano para rezar el rosario con los fieles. Comía
yo feliz todo lo que me daban. Pero la purificación de la vocación sobrevino
cuando iba a sacar agua del pozo con una cuerda. ¡El resultado fue ampollas en
las palmas de las manos! Sin embargo, no había nada más que me llenara de
felicidad y daba sentido a mi vida que estar con las personas, compartir sus
alegrías y esperanzas!
Durante
el postulantado, los domingos íbamos en bicicletas a hacer el apostolado en las
comunidades cristianas. Recuerdo que un día regresando a casa, se me malogró la
bicicleta en el camino. Y ese día me fui solo, pues a mi compañero le tocaba
cuidar la casa. ¡Uf, plop! no me quedaba otra que caminar como una hora para
llegar a casa. Caballero nomás. ¡La misión si no se hace en la bicicleta, se
hace con los pies! En la misión hay que sudar y entregarse, dejar el pellejo de
esta manera! ¡Y las caminatas de Jesús por las aldeas de Galilea! ¡Cómo no
recordar su cansancio al atardecer de sus jornadas! Nada de quejas, sino
adelante con ánimo de seguir a este maestro – el caminante por amor en Palestina!
Las dificultades y sorpresas hacen partes de la vocación y de la misión. ¡Nada agradables,
pero fortalecen! En esas ocasiones me acordaba que un padre comboniano, el P.
Lino Negrato, quien, en Uganda, en tiempo de conflictos políticos y amenazado de
muerte, en una zona roja dejó el carro de la misión, y para salvarse la vida y
seguir anunciando el Reino de Dios, caminó horas y horas y, ante el peligro
cruzó la frontera entre Uganda y Congo, hecha de fierros y barricadas. Una vez
al otro lado de la frontera, caminó horas y horas para pedir auxilio y ayuda.
También en Etiopía, en camino entre Addis-Abeba y una misión comboniana alejada, tras ser asaltado y
despojado de sus pertenencias e incluso del carro nuevo que acababa de comprar para
la misión, aquel padre comboniano tuvo que caminar muchas horas en busca de
personas y auxilio, y así poder llegar a su misión. A mí no me asaltaron, ni me
robaron. No estaba en peligro de muerte por guerras, pero tuve que caminar como
ellos apostando por la misión! ¡Bendito día!
En
Ghana, durante mi noviciado, fui a una experiencia misionera con dos compañeros.
Nos quedamos en una comunidad central y un poco más madura en la fe. Y desde
allí atendíamos a las demás comunidades más cercanas repartidas y puestas a
cargo de cada uno de nosotros. En efecto, eran en total 6 a nuestro cargo (dos
para cada uno). Y por el ritmo de la gente, debíamos dar catequesis y hacer
celebración de la palabra a partir de las 5am. Era temporada de lluvias fuertes.
Hacíamos visitas a esas comunidades muy temprano, de madrugada, en bicicleta.
Un día llovió fuertemente y nos ensuciamos por el mucho barro que había. Llegó
un momento pues, en que ya no podía más. Y me caí con mi bici, ¡plush!. No se
imaginan, en el barro, ¡plop! Llegué al pueblo y no había nadie, en esa
condición, tenía que tocar las puertas de la gente. Otro día, cruzando un río,
poco antes de llegar a un pueblo llamado
“Mawoepko” de la misma zona, me caí en el río cargando la bici en mis hombros. El
nombre de este pueblo es algo que nos animaba: Mawoepko significa literalmente
“intentar a ver que resulta”. Desgraciadamente, mis compañeros no tenían nada
que hacer; se mataban de risa. Los domingos, nos tocaban por lo menos dos
comunidades para atender. Había una en donde la gente nos pidió celebración en
la noche. Uuf, y como no hay luz, íbamos con linterna en una mano y con la otra
mano conducíamos la bicicleta. Así todos los días íbamos a visitar a los
pueblos en esas condiciones.
Regresando de las visitas de las
comunidades, nos tocaba enseñar en la primaria y secundaria. A mí, me tocó el cuarto
grado de primaria dictando todos los cursos en inglés. ¡Qué maravilla, pero
desafiante con mi pobre inglés! Lo hice muy bien! El misionero debe prepararse
y estar listo para todo servicio. Pero era por carencia de profesores, pues se
iban porque el gobierno les pagaba un sueldo bajo. ¡Inolvidables experiencias!
Por la gloria y para el anuncio del reino de Dios, arriesgamos nuestras vidas!
Si hubiéramos conocido la canción: “No temas arriesgarte, porque contigo yo
estaré, no temas anunciarme…”; se la hubiéramos cantado en nuestros ratos de
recuentos…
Ahora, para terminar, les comparto
vivencias misioneras actuales, o sea, del Perú. Recalco mis experiencias
misioneras de verano en Cerro de Pasco y en la Selva Central, en el distrito de
san Martín de Pangoa, provincia de Satipo.
En Cerro de Pasco, yo proviniendo de
un clima cálido tuve que adaptarme al clima de Pasco. La bienvenida fue el
soroche. Luego, subir y bajar las escaleras entre parar un poco y subir tres o
cuatro gradas. Un día me llevaron de emergencia al hospital de Milpo donde
radicábamos durante la experiencia. Me pusieron oxígeno. Y todas las noches,
dormía con cinco frazadas, jejeje ajajaja. Una para cubrir la cama y las otras
para cubrirme,¡ gracioso! Como si no fuera suficiente, tenía también estufa que
calentaba el ambiente. ¡Experiencia única! Allí también, atendíamos a otro
pueblo cercano que se llama Huancamachay que está a dos horas de camino a pie.
Un domingo íbamos a ese pueblo y un señor nos prestó su caballo, y como no
tenía experiencia de caminata en las montañas y a esa altura, mi compañero me
dejó subir al caballo. Era la primera vez. Pero de pronto quise cabalgar como
un maestro. Me pasé, y el caballo se puso a correr a una velocidad tal que no
podía controlarlo. Al fin y al cabo, ese caballo me arrojó al suelo, o mejor
dicho, me caí del caballo. Me dolió mi cintura, horrible! Mientras el caballo estaba
corriendo mi compañero gritaba: ¡Fabrice, para! Pero no sabía nada! ¡Total, me
caí! ¡Me lastimé! Pero él se mató de risa. Ya no quise subir más. A unos
metros, él quiso subir y el caballo se puso bravo y loco. No quiso que él
subiera. Él también terminó cayéndose del caballo! ¡Empate de caídas! Llegamos
al pueblo, ¡gran sorpresa! La capilla del pueblo se había transformado en
establo de animales: alpacas y llamas. Ese día trasquilaban la lana de esos
animales. No pudimos hacer nada! Estuvimos con ellos hasta el atardecer y
regresamos a Milpo. Pasamos hambre pues nos fuimos sólo con dos panes cada uno,
dos huevos sancochados cada uno y medio litro de agua cada quien. Quince días
después fuimos de nuevo, esa vez la lluvia nos jugó una mala pasada. Tampoco
pudimos hacer nada. El pueblo estaba en faena. La misión nos desilusiona a
veces. Hacer misión no es necesariamente hacer algo llámese: celebración de la
Palabra o catequesis, sino sobre todo es estar, compartir y aprender de la
gente y respetar el ritmo de la gente adonde uno va. La ingratitud, la
inclemencia climática y la improductividad en la misión no deben desanimar. El
misionero trabaja para la eternidad, dijo Comboni. Cuantas veces Jesús se dio
cuenta de que los suyos y la multitud no entraban en su lógica, y que su
esfuerzo para anunciar el proyecto y el designio amoroso de Dios no acaba de
ser entendido y dar fruto!
En la Selva central, me pasaron muchas
cosas, pero quiero mencionar sólo dos acontecimientos importantes entre tantos
en Chuquibambilla. Uno, la bienvenida que nos dieron unas ratas. Otro, el
cansancio de una caminata de tres horas. Respecto a la bienvenida, resulta que
cuando fuimos a Chuquibambilla y llegamos al atardecer, con mi compañero nos
reunimos para hacer nuestra oración de la tarde y confiar al Señor nuestra experiencia.
Estábamos en nuestro hospedaje. Y arriba sentíamos el correteo de ratas. Y
mientras salmodiamos se cayó una de ellas en la espalda de mi compañero, y el
pobre se levantó gritando ay ay ay ay tirando su breviario, o sea su libro de
oración. A mí no me quedaba otra, ¡me levanté yo también gritando y tiré mi
linterna! Los dos asustados y desconcertados. Luego, me reí cuando mi compañero
decía: ¡”desgraciada rata”! Y no es todo, mi compañero, durante la noche,
sentía el calor y no puso mosquitero y entró una rata a su cama. ¡Imagínense la
pelea con la rata! Esas ratas no nos dejaron dormir. Comían todo lo que teníamos
para nuestra alimentación. Yo no dormía, las perseguía con palo en la noche. Metíamos
piedras sobre las ollas para cuidar los alimentos y protegerlos de esas
malditas ratas. Compramos veneno y con eso matamos como 20 grandes si mal no
recuerdo, pero no se terminaban. Respecto a la caminata de tres horas, era un
domingo y decidimos conocer un pueblo cercano con la curiosidad misionera.
Durante el viaje, mi compañero me dejaba atrás subiendo un cerro, y yo lo
dejaba atrás bajando. Interesante! Teníamos ampollas en los pies. En un tramo
del recorrido, me saqué los zapatos y caminé descalzo. Al regresar, ya casi
cerca del pueblo donde vivíamos, un joven me salvó y me recogió en su moto. Mi
compañero regresó bien molido!
Estas son algunas de tantas
experiencias misioneras mías. Reflejan las condiciones en las cuales trabajan
los misioneros, sus fatigas, su entrega, coraje, abnegación, entusiasmo,
sacrificios, esfuerzos dando sus vidas para la misión! Queridos lectores espero
que estas experiencias les sean agradables y les animen a seguir rezando por los
misioneros y colaborando con ellos para que el Reino de Dios se haga realidad
donde todavía no está presente.
Fabrice-mccj